Cristianismo
La muerte y la Miser (detalle), una pintura de El Bosco, Nacional de Arte, Washington DC.
"Demonio" tiene varios significados, todos ellos relacionados con la idea de un espíritu que habita un lugar, o que acompaña a una persona. Si bien un daemon era benéfico o malévolo, la palabra griega significa algo diferente de las nociones medievales posteriores de 'demonio', y los estudiosos debaten el momento en que judíos y cristianos cambiaron el sentido griego para obtener luego su sentido medieval. Algunas denominaciones afirmativas de la fe cristiana también incluyen —exclusivamente o no— a los ángeles caídos como demonios de facto. Esta definición también abarca a los Nephilim, los "hijos de Dios" (descritos en el Génesis) que abandonaron sus puestos en el Cielo para aparearse con mujeres en la Tierra, antes del diluvio.
En el Evangelio de Marcos, Jesús echa fuera muchos demonios, o espíritus malignos, de aquellos que estaban afligidos por diversas enfermedades. El poder de Jesús se demostró muy superior al que tenían los demonios sobre las personas que poseían, liberando eficazmente a las víctimas que estaban sujetos a ellos, echándolos fuera y prohibiéndoles regresar. Jesús también le dio este poder a algunos de sus discípulos, los cuales se alegraron de su nueva habilidad.25 Los demonios eran expulsados mediante la fe y por la pronunciación de su nombre, de acuerdo con Mateo 07:22. Algunos grupos más fundamentalistas insisten, para este efecto, en el uso de la pronunciación de la forma original del nombre de Jesús, es decir Yahshua / Josué, que significa "Yahvé es salvación".
Por el contrario, en el libro de los Hechos de los Apóstoles(cap. 19), un grupo de exorcistas judíos, conocidos como los hijos de Esceva, tratan de echar fuera de una persona poseída a un espíritu muy poderoso sin creer o conocer a Jesús, aunque usando su nombre a modo de sortilegio mágico, lo que trae consecuencias desastrosas(el endemoniado los ataca y los vence). Sin embargo, Jesús nunca se dejó vencer por un demonio, no importa cuán poderoso fuera (ver el relato del endemoniado a Gerasim), e incluso derrotó a Satanás en el desierto cuando este intentó tentarlo (ver Evangelio de Mateo).
Hay una descripción en el libro de Apocalipsis 12:7-17 de una batalla entre el ejército de Dios y los seguidores de Satanás, y su posterior expulsión del Cielo a la Tierra, los cuales vagan por su superficie haciendo la guerra a los seres humanos, en especial a los creyentes en Cristo. En Lucas 10:18 se menciona nuevamente el poder otorgado por Jesús a sus discípulos para expulsar demonios; Jesús declara en este texto que ve a Satanás "caer como un relámpago del cielo."
La Biblia también enseña que cuando los cristianos pasan al cielo, inmediatamente “han llegado a la perfección.” Esto significa que los habitantes del cielo ya no están plagados de pecado—egoísmo, odio, orgullo, ansiedad, injusticia, descontento, infidelidad, deshonestidad o cualquiera de las otras acciones y actitudes que envenenan nuestras vidas en la tierra. También significa que habitantes en el cielo ya no experimentarán un sentido de inseguridad, soledad, depresión, pánico o quebrantamiento. Los habitantes del cielo sólo conocen la alegría, la plenitud y la satisfacción.
La presencia de ángeles y demonios en la Biblia resulta indiscutible, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En esta columna nos referiremos a la presencia del demonio que, con diversos nombres, es mencionado en la Biblia. Desde el primer libro de la Biblia se nos habla de la actuación del demonio bajo la figura de la serpiente que induce a desobedecer a Dios (Cf., Gn 3, 1-15). En el libro de Job se nos narra la historia de las pruebas por la que pasó Job por insidia de Satán (Cf., Jb 1, 6-12); allí se hace referencia también al diablo como el “Leviatán”, el enemigo de la luz (Cf., Jb 3, 8; 40, 25). Igualmente, en algunos salmos se habla que Dios aplasta la cabeza de “Leviatán” (Cf., Sal 74, 14; 104, 26), también en Is 27, 1. En el libro de Tobías se nos habla del demonio “Asmodeo” (Cf., Tb 3, 8.16). En el primer libro de las Crónicas se dice que fue Satanás el que “incitó a David para que realizara el censo del pueblo” (1Cro 21, 1). El libro de la sabiduría nos dice que “por envidia del diablo entró la muerte en el mundo” (Sb 2, 24).
En el Nuevo Testamento, se nos relata que Jesús fue tentado por el diablo (Cf., Mt 4, 1). El diablo se lleva, del corazón de algunos, la palabra de Dios sembrada (Cf., Lc 8, 12). El diablo es un homicida desde el principio; es el padre de la mentira (Cf., Jn 8, 44). El diablo es el que pervierte el corazón de Judas Iscariote para que traicione a Jesús (Cf., Jn 13, 2). Jesús dice que el fuego eterno “ha sido preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt 25, 41). El Evangelio de Juan lo llama el “príncipe de este mundo” (Cf., Jn 14, 30). En el libro de los Hechos, Pedro nos dice que Jesús de Nazareth pasó haciendo el bien y “sanando a todos los oprimidos por el diablo” (Hch 10, 38). San Pablo nos exhorta a revestirnos de las armaduras de Dios “para poder resistir a las acechanzas del diablo” (Ef 6, 11). Nos dice que nuestra lucha es contra los “poderes de este mundo de tinieblas”, contra los “espíritus del mal” (Cf. Ef 6, 12). El Apóstol se refiere al diablo como el “dios de este mundo que cegó el entendimiento de los incrédulos” (2Cor 4, 4). Pedro nos dice que debemos estar alertas, pues “nuestro enemigo el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar” (1Pe 5, 8). En el Apocalipsis se hace mención al diablo como el “Dragón”, la “Serpiente antigua”, Satanás, que engaña al mundo entero (Cf., Ap 12, 9).
Los Evangelios nos relatan varios episodios de personas poseídas por el demonio, a quienes Jesús liberó. No podemos reducir esos relatos a supersticiones populares, o a enfermedades mentales que requieren de tratamiento psiquiátrico; o casos epilepsias, como parecería deducirse del relato recogido en los evangelios sinópticos (Cf., Lc 9, 38-43/ Mc 9, 17-29/Mt 17, 14-19). Allí se habla de un muchacho, de quien su padre refiere que está poseído por un demonio que “se apodera de él y de pronto empieza a dar gritos, le hace retorcerse echando espuma, y difícilmente se aparta de él, dejándole quebrantado” (Lc 9, 39). Señala también que los discípulos de Jesús no han podido expulsar a ese demonio (Cf., Lc 9, 40). Jesús ordena traer al menor, y “cuando se acercaba, el demonio le arrojó por tierra y le agitó violentamente; pero Jesús increpó al espíritu inmundo, curó al niño y lo devolvió a su padre” (Lc 9, 42).
Los evangelios nos relatan también la curación de un mudo endemoniado (Cf., Mt 9, 32-34; Lc 11, 14-15). La escena se desarrolla, después que Jesús ha curado a dos ciegos; en seguida que aquellos hombres se retiran de la escena, le presentan a un mudo endemoniado: “Y expulsado el demonio, rompió a hablar el mudo. Y la gente, admirada, decía: «Jamás se vio cosa igual en Israel»; pero, los fariseos decían: «Por el Príncipe de los demonios expulsa a los demonios»” (Mt 9, 33-34).
De una parte, hay quienes expresan su “admiración”, sorpresa o estupor, ante el prodigio realizado; pero, eso no necesariamente lleva a la conversión, a creer en Jesús. De otra parte, hay quienes hacen su propia lectura del hecho, aduciendo que el prodigio se ha realizado por el poder del mismo demonio, es decir: acusan a Jesús de estar asociado con el príncipe o jefe de los demonios. La ceguera espiritual los incapacita para ver la obra de Dios. Al no encontrar ninguna explicación razonable sobre la causa el prodigio, no encuentran otro argumento que atribuirlo al mismo demonio; lo cual, como lo hace notar Jesús, no resiste la más mínima refutación, pues aceptar esa hipótesis sería admitir que el demonio se hace la guerra a sí mismo (Cf., Lc 11, 15).
El Evangelio de Marcos subraya una suerte de paradoja: mientras Jesús devuelve la vista a los ciegos, hace hablar a los mudos, andar a los paralíticos, hay quienes dicen ver, pero padecen de ceguera espiritual; dicen oír, pero son incapaces de escuchar la voz de Dios; caminan, pero no están dispuestos a salir de su inmovilismo para seguir a Jesús. Otra de las paradojas es que mientras muchos, aun viendo las obras de Jesús (milagros), se resisten a creer e incluso algunos lo acusan de obrar con el poder del demonio; por otra parte, son los mismos demonios quienes reconocen a Jesús como “Hijo del Dios Altísimo”, es decir, hacen una especie de “confesión de fe”. En efecto, el Evangelio relata que “los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: ‘Tú eres el Hijo de Dios’” (Mc 3, 11). El endemoniado de Gerasa, al ver de lejos a Jesús, corrió hacia Él, se postró y gritó muy fuerte: “¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes” (Mc 5, 7).
Marcos y Mateo nos refieren el caso de una mujer pagana que sale al encuentro de Jesús y le ruega para que expulse de su hija al demonio que la había poseído (Cf., Mc 7, 25-30/ Mt 15, 21-28). Después de un breve diálogo, Jesús reconoce la fe grande de aquella mujer. «Por lo que has dicho, vete; el demonio ha salido de tu hija» (Mc 7, 29). Se trata de una “expulsión a distancia”, pues, cuando la mujer volvió a su casa, “encontró que la niña estaba echada en la cama y que el demonio se había ido” (Mc 7, 30).
Los milagros de Jesús no causan la fe en quienes los observan, sino que presuponen la fe de quienes resultan beneficiados. Es la fe que permite descifrar los milagros. Habrá quienes consideren milagros cualquier curación de una enfermedad, a cualquier acontecimiento que no está dentro de lo previsible o esperado. Por otra parte, habrá personas que, por su falta de fe, nada les parecerá milagro; por ello, buscarán hasta la más insólita explicación para ciertos hechos no explicables desde la ciencia.
La Biblia nos dice todo lo que necesitamos saber para sentirnos ansiosos por el cielo, pero no necesariamente todo lo que queremos saber. Aún quedan algunas preguntas: ¿Cómo será el cielo? ¿Conoceré a mi familia? ¿Acaso mi cónyuge y yo nos seguiremos amando uno al otro? ¿Volveré a ver mi perro? ¿Habrá golf? Mucha gente no imagina el cielo como algo más que el retrato caricaturizado de miles y miles de hombres y mujeres sentados en las nubes, tocando el arpa, y—en mi opinión—aguantando el aburrimiento perpetuo de una eternidad plácida, infestada de arpas.
Regularmente la Escritura se refiere al cielo como un paraíso. Es el lugar donde la gracia y la gloria de Dios se disfrutan más plenamente. El cielo es un lugar sin maldad, dolor, tristeza o desesperación. Además, mientras que los residentes del cielo pudieron haber dejado atrás sus cuerpos terrenales, sin duda mantienen sus identidades y disfrutan de reencuentros y compañerismo con los otros. Estas relaciones se quedarán sin un atisbo de amargura, resentimiento o decepción. Como lo describe Jonathan Edwards, uno de los más grandes teólogos de América, la comunidad del cielo es “un mundo de amor.”
La Biblia también enseña que el cielo será todo menos aburrido. El Apóstol Pablo dijo que en el cielo Dios mostrará “en los tiempos venideros la incomparable riqueza de su gracia, que por su bondad derramó sobre nosotros en Cristo Jesús,” que es otra forma de decir que Dios hace a los habitantes del cielo cada vez más felices en Dios. Lejos de ser un lugar apacible, lleno de nubes, donde se práctica un ensamble de arpa 24/7, el cielo es un lugar de alegría explosiva. Según Pablo, en última instancia, el cielo no es grande porque las nubes son suaves, la comida es buena y el golf es divertido—aunque las calles están hechas de oro. La verdadera felicidad del cielo proviene del flujo sin restricción de la gracia de Dios a sus habitantes. En el cielo, realmente vamos a la “casa de nuestro padre.”
Nos guste o no, la Biblia habla sobre el infierno. De hecho, nadie en la Biblia habla más sobre el infierno que Jesús. Incluso en Mateo 25:41, Jesús nos dice que él será el juez de aquellos que entren al cielo y de aquellos que sean condenados al infierno: “Luego dirá a los que estén a su izquierda: ‘Apártense de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.’”27 El tema del infierno puede ser un tema preocupante, por lo menos. Desafortunadamente, conceptos populares erróneos acerca de lo que enseña la Biblia, así como un poco de emocionalismo, no ayudan a traer mucha claridad al tema. De hecho, incluso los cristianos han discrepado sobre la naturaleza del infierno.
En primer lugar, el infierno existe porque la naturaleza de Dios está fuertemente en oposición al pecado y a la injusticia. La Biblia nunca retrata a Dios como una deidad petulante e irritable que arroja a la gente al infierno a su antojo. El infierno existe porque Dios se opone irrevocablemente a la maldad. En segundo lugar, el infierno es un lugar de juicio justo. El infierno existe para que el verdadero mal sea castigado con justicia. Jesús mismo llamó al infierno un lugar de “castigo”30 por el pecado y el Apóstol Pablo habló del “justo juicio” 31 de Dios. En efecto, “Habrá sufrimiento y angustia para todos los que hacen el mal.”32
En tercer lugar, el infierno es sufrimiento eterno. Una vez más Jesús afirma esto con más fuerza que nadie más en la Biblia. Él describe el infierno como un lugar de “fuego inextinguible,”33 un “lugar de tormento.”34 Hay algunas preguntas sobre qué causa el sufrimiento en el infierno. La Biblia utiliza muchas imágenes diversas para describir las molestias del infierno: Fuego, oscuridad, llanto, el crujir de los dientes e incluso gusanos eternos. Si estas descripciones son o no literales, en última instancia es irrelevante. Cualesquiera que sean los detalles del infierno, es el lugar donde Dios ejerce su juicio justo contra el pecado. En pocas palabras, la Biblia describe el infierno como el juicio justo de Dios de la maldad humana.
A la sombra del viejo mundo de Providence, Rhode Island, Nina Grey se encuentra en el centro de una guerra entre el Infierno y la Tierra. Mientras lucha con el dolor por la reciente muerte de su padre, Nina conoce a Jared Ryel por casualidad... o eso cree. A pesar de que su sorprendente buen aspecto y sus misteriosos talentos son una distracción bienvenida, pronto se hace evidente que Jared sabe más sobre Nina que incluso sus amigos en la Brown University. Cuando las preguntas superan a las respuestas, Jared lo arriesga todo para conservar a la mujer que había nacido para salvar al compartir el secreto que había jurado proteger. Cuando antiguos socios de su padre comienzan a seguirla en la oscuridad, Nina se
entera de que su padre no era el hombre que pensaba, sino un ladrón que robaba a los demonios. En busca de la verdad detrás de la muerte de su padre, Nina se topa con algo que no esperaba, algo que el infierno quiere y sólo ella tiene la llave.
Soñar con muertos podría significar una mala noche para cualquiera, pero para Nina Grey esto era una advertencia. Aun recuperándose de su último encuentro con el Infierno, Nina lucha con no sólo su vida como estudiante de la Universidad de Brown, sino también como interna en Titan Shipping, la compañía de su padre. Las pesadillas recurrentes sobre la muerte violenta de su padre se han convertido en un evento nocturno, pero al estar abrumada por la culpa de la inesperada partida de Ryan a las Fuerzas Armadas, y con el corazón roto por Claire estando al otro lado del océano para protegerlo, Nina cree que sus noches de insomnio son el menor de sus problemas... pero se equivoca.
Preocupado por el deterioro de la salud de Nina, Jared debe robar de nuevo el libro de Shax en busca de respuestas. En la lucha contra los nuevos enemigos y con la ayuda de nuevos amigos, el peor temor de Jared llega a buen término. Desesperado, se enfrenta a una elección: Luchar con el Infierno solo o iniciar una guerra con el Cielo
Ella había visto lo indecible.
Había descubierto lo incognoscible.
Ahora, lucharía contra lo invencible.
En la tercera y última entrega de la serie Providence, Nina Grey se casará con el hombre equivocado, llevará al niño que nunca debía de haber nacido y luchará en una guerra que no puede ganar.
Frente a la imposible tarea de proteger a su nueva esposa y su hijo no nacido contra la agonía del Infierno, Jared Ryel no se puede permitir ningún error. Presionado para devolver el Naissance de Demoníaca Jerusalén, vuelve a St. Anne para descubrir las respuestas que estuvieron delante de él todo el tiempo. Juntos, deberán sobrevivir el tiempo suficiente para que su hijo los salve... y al mundo entero.